En la obra de Banús deambulan los fantasmas y los hechiceros, con el afán de descifrar los símbolos condensados de los sueños y el origen.

La interpretación de la obra plástica constituye, sin duda alguna, una labor que conjuga la inteligencia y la sensibilidad.

La obra de Ramón Banús, lejos de los ismos tradicionales, nos demuestra que él es su propia obra, anclada en nuestra tierra donde privan las transmutaciones, la ritualidad, la ofrenda y la sacralización.

Pero, además, la ceremonia de la aventura y el rescate de la libertad definitiva que impulsan los molinos de viento.

Su plástica, eminentemente mestiza, es el resultado de una mutación cultural y en su estructura generativa deambulan los fantasmas y los hechiceros descifrando los símbolos condensados en el territorio del sueño y en las marcas primordiales del origen.

El artista, en el uso propio de su expresión, recrea la temporalidad y el espacio como en una dimensión onírica, en donde no priva la lógica formal, ni el principio de no contradicción, en donde todo es posible en la atmósfera mágica de la transmutación.

Retrotrayendo arcaicos elementos arquetípicos a un mundo saturado de artificio tecnológico y de soledad urbana.

Ramón Banús en su obra. situada en la antesala del siglo XXI, se desliza por una temporalidad suspendida entre el mito y la leyenda y la turbulencia de la tecnología deshumanizada, y es de observarse que en su visión del mundo, los elementos sensibles en el empleo del color y la forma, irrumpen a un estilo propio que tiene como signo genuino, revitalizar al ser humano en su punto letal de alienación.